Comentario
Durante los Constantínidas persiste el dirigismo estatal iniciado con Diocleciano: el Estado no sólo posee monopolios entre ellos la importación de objetos de lujo o las minas sino que controla directamente sus propias empresas: tintorerías, fábricas de armas, talleres monetales... Pero incluso aquellas a las que no alcanza su control directo las controla de dos formas: a través de las corporaciones profesionales -la mayoría de las cuales son estatales- y a través de las requisiciones. El interés del Estado es prioritario y, en virtud de este principio, el Estado puede requisar no sólo productos elaborados, sino también medios de transporte e incluso horas de trabajo gratuitas de los ciudadanos para el mantenimiento de las vías u otras ocupaciones.
Este intervencionismo se manifiesta también en la organización de la actividad laboral del Imperio, que se asienta sobre un principio inmovilista: la adscripción del individuo a su oficio, que además es hereditaria.
Según el autor anónimo de la "Expositio totius mundi", el comercio era a mediados del siglo IV muy intenso en el Mediterráneo oriental. Destacaban los puertos de Tiro, Seleucia, Laodicea, Alejandría, Efeso y Corinto. En el Mediterráneo occidental la actividad era mucho menor. Al igual que en la época anterior, la mayoría de los grandes barcos era propiedad de armadores (navicularii) organizados en corporaciones vinculadas a un puerto, a una provincia o a una actividad determinada. El Estado podía obligarlos eventualmente al transporte de mercancías generalmente destinadas al abastecimiento de las grandes ciudades del Imperio. La necesidad de asegurar el panis gradilis, o distribuciones gratuitas de pan a los ciudadanos, explica en gran parte la política de requisiciones, así como la promulgación de edictos fijando el maximun de los productos alimenticios. Mediante uno de estos edictos logró Juliano hacer salir de los graneros el trigo almacenado.
Tanto Constantino como Constancio pusieron gran empeño en mejorar la posta pública. Esta no sólo servía para el desplazamiento de los funcionarios, sino para el traslado de los impuestos pagados en especie y otras mercancías estatales. Pese a las soluciones que aporta Constantino para hacer eficaz este servicio (nombramiento de unos agentes que inspeccionaran los permisos, establecimiento de una oficina encargada de los desplazamientos imperiales...) los problemas no se solucionaron. Los permisos para viajar en la posta pública debían concederse con excesiva facilidad. Además, desde la época de Constantino los obispos y clérigos requerían constantemente permisos de viaje para asistir a sus frecuentes reuniones, de modo que los municipios por donde pasaban se veían obligados a incesantes prestaciones de caballos. Incluso se dio el caso de llegar a requisar los bueyes con los que un campesino estaba arando. Juliano prohibió muchas de estas requisiciones, así como que se utilizaran los carros de la posta para el traslado de mercancías privadas y retiró al clero cristiano el derecho a viajar con cargo al Estado.
Uno de los rasgos más novedosos respecto a la sociedad de esta época es el papel que el clero cristiano va a jugar en el campo de la asistencia social y su constitución como gran propietaria de bienes, aspectos ambos que con el tiempo no harán sino aumentar.
Los altos funcionarios se reclutaban bien entre los senadores por nacimiento, bien entre los hombres nuevos, generalmente procedentes del ejército e incorporados posteriormente al Senado mediante una adlectio del Emperador. Aunque los puestos más elevados: prefecturas, proconsulados... eran desempeñados principalmente por los primeros, los hombres nuevos o nueva aristocracia, que era el sector más vital y más leal al emperador. Estos senadores, por nacimiento o por adlectio, siguen siendo la clase más poderosa y los hombres más ricos del Imperio: son los honestiores, los que poseen riquezas y honores militares, como se dice en el "Querolus", una comedia satírica del 410. Sus grandes latifundios debían proporcionarles enormes rentas si consideramos, por ejemplo, que el senador romano Syimmaco se gastó unas 2.000 libras de oro para celebrar la pretura de su hijo. Olimpiodoro, a comienzos del siglo V, describe con gran asombro el tipo de vida que llevaban los riquísimos senadores romanos y dice que sus casas eran casi como ciudades.
Muchos de estos grandes latifundistas vivían fuera de la ciudad, en sus dominios. No obstante, hay que señalar que el modelo de vida occidental difiere del modelo oriental. Mientras en Occidente la crisis municipal determinó un progresivo deterioro de las ciudades -sólo contrarrestado por los obispos, que a menudo actuaron como defensores o patronos de su ciudad- en Oriente, por el contrario, la economía ciudadana continuó siendo sólida durante varios siglos más.
Los curiales de las ciudades siguen gozando, aparentemente, del mismo prestigio que en los siglos anteriores. La mayoría es de propietarios rurales, pero sus tierras están en cierto modo hipotecadas por el Estado pues pesaba sobre ellos la responsabilidad de que se recaudaran todos los impuestos de la ciudad. Eran pues avales forzosos ante el Estado de los impuestos a recaudar en sus ciudades. De ahí que Constantino prohibiera que los curiales abandonaran o vendieran sus tierras. Al convertirse en un cargo hereditario, los hijos le sucederían como curial con las mismas propiedades como garantía.
Dentro de los humiliores se engloban diversas categorías cuya situación, ciertamente, era bastante diferente: comerciantes, artesanos, plebe urbana y rústica, colonos y esclavos. En la polarización social del Bajo Imperio, las clases intermedias no tienen una consideración especial: por debajo de los curiales, en las ciudades, sólo está la plebe o, dicho de otro modo, los que no tienen tierras.
Las profesiones útiles al Imperio se convierten en obligatorias y hereditarias. Sin duda las más necesarias son las que permiten el abastecimiento de víveres y útiles. La pérdida de libertad profesional y, en cierto modo personal, de los artesanos es paralela a la pérdida de libertad de los trabajadores agrícolas. El colonato fue el origen del régimen de los patronatos rurales. Los campesinos entregaban sus tierras a aquellos patronos que ofrecían mayores garantías frente al fisco. De esta manera se fue extendiendo un nuevo modo de evasión fiscal que no hizo sino aumentar a medida que el régimen de patronato se fue extendiendo y consolidando. Libanio, en un pasaje de su obra "Sobre los patronatos", describe cómo un vicus de campesinos, gracias a la protección de un jefe de una de las guarniciones de las campiñas sirias hace frente a los recaudadores de impuestos: "Estos -los recaudadores- se dirigen hacia los pueblos en cuestión a fin de cobrar el impuesto: es su obligación y su función. Entonces reclaman, lo que se les debe, primero con suavidad y en tono moderado, después fingiendo desprecio y sarcasmo, ahora con acento indignado y levantando la voz, como es lógico en los que no alcanzan sus justas reivindicaciones. Amenazando con recurrir a las autoridades municipales, pero es inútil ya que éstas se encuentran en inferioridad de condiciones frente a estos expoliadores de pueblos. En esto han alargado la mano y hecho el gesto de arrebatar, pero los otros les han hecho ver que tienen piedras. Así lo único que han recogido los recaudadores han sido golpes y se vuelven a la ciudad demostrando, a través de la sangre que cubre sus vestidos, los sufrimientos que han soportado".